La mesa de ping-pong
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La verdad es que iban pasando los días (y los años) y el Centro, como ya os dije antes era, de verdad, nuestra casa. No teníamos un duro y muchos menos una peseta, así que pasábamos los fines de semana metidos en la Parroquia con una coca-cola y unas patatas, pero …. ¿de verdad era nuestra casa? NO, faltaba algo fundamental. UNA MESA DE PING-PONG, y eso ya sería otra cosa. Ahora ya sí que no nos movía de allí ni D… .
Unos cuantos se enteraron de las medidas oficiales que tenía que tener la mesa y se fueron a comprarla, y (como eramos un poco borricos) la compramos de una pieza, así que al intentar subirla al Centro, desconchamos media parroquia. La verdad es que Abel era un santo varón… Luego procedimos a, con perfiles de acero, darle consistencia y ponerle las patas, después a darle 2 manos de aceite de linaza (estuvo la iglesia oliendo un mes) y por último a pintarla de verde oficial con sus rayas y todo.
Y ahora sí que sí, todo el puñetero día allí metidos. Unos charlando y otros jugando al ping-pong con liguilla y todo. Lo peor de todo era que alrededor de la mesa se iba formando una extraña mancha marrón que no salía ni con lejía y era de las vueltas que dábamos en torno a la mesa.
Es cierto que muchos de los jóvenes del barrio tuvimos como centro neurálgico la Parroquia de San Emilio. Allí hemos celebrado múltiples cumpleaños, fiestas diversas y una pocas de disfraces y FIN DE AÑO. Hemos salido bastantes matrimonios (miles de noviazgos) y con el tiempo muchos se fueron y otros vinieron a sustituirnos. Lo importante es que cuando leáis estas líneas tengamos un ratito de añoranza hacia ese lugar mágico y entrañable que nos vio crecer y al que de vez en cuando volvemos, unos físicamente porque vivimos cerca y otros en el recuerdo.
Por cierto, tenemos grupo en el FACEBOOK, animaros a leerlo y a reencontraros con un montón de gente buena.